Se hace la tarde en Trinidad de Cuba y despierta un combate entre dorados y plateados que se proyecta en el empedrado de las calles, sobre los techos corroídos y por los edificios de variados colores; fenómeno que también se aprecia en otros sitios coloniales bien conservados como Granada en Nicaragua o Cartagena en Cololmbia. Si bien la tarde también trae brisas y aparta al sol, el calor todavía sigue imperante en Trinidad; entonces es el momento propicio para el ron y el tabaco. Desde la playa, junto a los turistas, vuelven ebrios algunos muchachos del pueblo y en una de las zonas céntricas se prepara todo para la congregación nocturna, acompañada por música y bebidas: italianos, norteamericanos y japoneses en su mayoría se reunen al aire libre; entonces las chicas se prostituyen por algo de dinero o ropa, en cambio, las más morenas pueden exigir un arancel más pretensioso; los cubanos más vanidosos van solamente para admirar la vestimenta de los italianos y confundirse entre los perfumes importados que redundan sus sueños con otra vida. Por mi parte dejo el lugar para ir a tomar ron y fumar con los pocos amigos obreros y vecinos en otro punto del poblado; en toda Cuba son parejas y enriquecedoras las conversaciones, la totalidad de los cubanos son instruidos y siempre dispuestos a brindarse. Entre las calles, sobre las veredas y bajo luces tenues espera otra noche de tabaco, rebeldía y ron como reza el lema popular.
Rebeldía, sobre todo rebeldía, esa es la gran experiencia cubana, una rebeldía multiplicada, en todas partes, es el valor supremo, la virtud más sagrada, la actitud más reveladora y contagiosa. Oponerse, por sí mismo concibe una conciencia, y al punto, una alternativa. Se llega a experimentar en Cuba más oposición que lucha; los cubanos ven en el socialismo de Venezuela un combate, pero exaltan en Cuba la resistencia. Las insurrecciones indígenas de los pueblos originarios no despiertan mucho interés más que la íntima rivalidad que mantienen con el capitalismo central, a pesar de significar una reivindicación más profunda y auténtica, arraigada en la historia más propia del continente. De pronto nuestra reunión se interrumpe cuando en la vereda contraria vemos pasar a la más linda del barrio, paso altanero y orgulloso, completamente vestida a la europea, va en dirección a la zona céntrica, promoviendo un repentino silencio en nuestra vereda, en parte por admiración y por otra por deliberada incomodidad; al momento se le gritan reproches, luego, me explican, que recibe dólares de su madre en Florida, que bien gasta en producirse, casi exclusivamente en producirse y esta noche va en busca algún afortunado italiano, pero por voluntad propia no como las demás atadas a la necesidad; no sé qué les molesta más, sí la impotencia, su flexible moralidad producto de la vida resuelta o sus remesas norteamericanas en sí.
Trinidad es la perla colonial de Cuba, fundada en 1514, es el testimonio en píe de otro sometimiento más antiguo y prolongado, el del conquistador europeo, primero sobre los nativos y luego sobre los criollos. Pero muy a pesar de los museos arqueológicos cubanos, no se encuentra en el régimen reivindicación ideológica alguna sobre pueblos originarios comparado con los procesos identitarios en el resto de Latinoamérica, quizá lógicamente porque la exterminación en las antillas mayores fue total y también porque el marxismo es una respuesta alemana a la revolución industrial inglesa. En cambio, el poeta y revolucionario independentista José Martí, prócer máximo de Cuba, sí tenía una conciencia americanista más honda, lúcida pero romántica, producto de su contacto con los indígenas de México y Guatemala; lúcida por no haber adherido a la dicotomía dominante en la época de civilización o barbarie que pretendía el aniquilamiento absoluto como en el Facundo de Sarmiento, o la asimilación sistemática y sometimiento a la cultura cristiana, por lo que pudo proponer para el aborigen una conservación, pero no como «siervos futuros ni aldeanos deslumbrados» y también sentenciar con profética intuición «hasta que no se haga andar al indio, no comenzará a andar bien la América.»; pero romántica por estar sujeto a su humanismo ilustrado como la mayoría de los próceres latinos educados en las ideas más liberales en Europa, hasta llega a lamentar que no se haya producido entre los aborígenes americanos una obra literaria como La Iliada. Martí escribe: «Bueno es abrir canales, sembrar escuelas, crear líneas de vapores, ponerse al nivel del propio tiempo, estar del lado de la vanguardia en la hermosa marcha humana; pero es bueno para no desmayar en ella por falta de espíritu o alarde de espíritu falso, alimentarse, por el recuerdo y por la admiración, por el estudio y la amorosa lástima de ese ferviente espíritu de la naturaleza en que se nace, crecido y avivado por el de los hombres de toda raza que de ella surgen y en ella se sepultan.»
Tras un largo trago uno de los presentes dictamina que la existencia de Cuba es grata, no como una potencia sino como reserva moral de la humanidad. Cuba en contraste contra toda la civilización de consumo. Ese es el mayor logro del régimen, esa unidad construía, esa conciencia de sí mismo, cohesión orgánica sostenida desde el Estado, el espíritu moral cerrado del que se auto alimenta y reproduce diariamente, sobre todo de pocas consignas básicas como la libertad de autodeterminación, soberanía y una intensa oposición al capitalismo central. Pero desde la caída dela Unión Soviética , Cuba se ve obligada a participar necesariamente de la lógica del capitalismo dominante: Cuba vive directamente de sus dos principales industrias, el tabaco y el ron que exporta como objetos de lujo a países capitalistas y del turismo proveniente de esos mismos países, atraídos por las deslumbrantes playas y de manera indirecta y velada, de una subcategoría de ese turismo: la prostitución regulada que insumen los extranjeros que viven en sociedades abiertas donde el deseo circula libremente, imponiendo su mirada y a su vez configurando esa subindustria, como en el caso que las mujeres más agradables para la vista ocupen los lugares de recepción del turismo como en los hoteles y tiendas o que los cubanos no puedan acceder a sus propias playas. Lo que pone en evidencia, con la lógica del capitalismo globalizado con una pata metida en su opuesto, cómo opera el deseo y cristalizando el deseo es cada vez más el conductor de la política, es decir que la política es cada vez más política del deseo, su elemento regulador.
Tras un largo trago uno de los presentes dictamina que la existencia de Cuba es grata, no como una potencia sino como reserva moral de la humanidad. Cuba en contraste contra toda la civilización de consumo. Ese es el mayor logro del régimen, esa unidad construía, esa conciencia de sí mismo, cohesión orgánica sostenida desde el Estado, el espíritu moral cerrado del que se auto alimenta y reproduce diariamente, sobre todo de pocas consignas básicas como la libertad de autodeterminación, soberanía y una intensa oposición al capitalismo central. Pero desde la caída de